Es tiempo de abrazar a nuestra herencia afro

“Soy afroperuana, heredera de la riqueza cultural negra del pueblo de Saña”, fue la respuesta que le di a uno de mis amigos hace algún tiempo, cuando me preguntó cómo me había identificado culturalmente en el último censo realizado en el Perú en el 2017.

A primera vista responder esa pregunta parecía cosa sencilla; sin embargo, en un país como el Perú, en el que históricamente los afrodescendientes hemos sido víctimas de racismo y exclusión, significa tener que afrontar un proceso de reflexión y de aceptación de lo que somos, libres de miedo y abrazando el legado que nuestros ancestros nos dejaron.

Pero… ¿por qué nos cuesta tanto asumir nuestra identidad? ¿Por qué es difícil afirmar lo que somos y quiénes somos? Todas estas interrogantes circulaban en mi cabeza para aquel entonces, cuando apreciaba en los medios de comunicación, en la universidad, en las organizaciones sociales a las que pertenecía, en mi barrio y hasta en mi familia, como las personas cercanas a mí se cuestionaban y entraban en debate consigo mismos, para descubrir de qué forma se identificaban.

A decir verdad, para mí tampoco había sido fácil reconocerme como una persona afrodescendiente, pues pese a que físicamente reúno las características tradicionales de una persona afro, considero que identificarse con un pueblo va más allá de cómo te ves, sino más bien de ese espíritu de pertenencia, de saber y ser consciente de que provienes de ellos y de que asumes su historia como la tuya; sin embargo, no fue sino hasta mi etapa universitaria, en el que comencé a cuestionarme sobre mi identidad. Para ese momento y casi sin querer, había iniciado un proceso espontáneo de reflexión en el que emprendí un viaje a mis memorias, recordando las historias que mi papá siempre me contaba sobre Saña, el pueblo donde él nació y del cual se sentía tan orgulloso.

Durante prácticamente toda mi adolescencia, mi papá había logrado traspasarme ese sentimiento de amor y de pertenencia sobre su pueblo, pues siempre me repetía que Saña, ubicado en la provincia de Lambayeque, al norte del Perú; y que, en el 2017 fue reconocido por la UNESCO como “Sitio de la memoria de la esclavitud y la herencia cultural africana”, era una tierra que en efecto había sido forjada por los esclavos negros que durante la época del virreinato habían sido llevados para cumplir labores agrícolas en los campos y haciendas existentes allí, quienes pese a haber sido sometidos a terribles formas de esclavitud, lograron impregnar dicha tierra de sabor, ritmo y tradición, que hoy en día son parte de la herencia cultural que personas como mis abuelos o mi padre, han sabido preservar en las generaciones más jóvenes de mi familia, entre ellas yo, que con orgullo puedo decir “A Lundero le da Saña”.

Lo cierto es que las historias que mi padre me contaba siempre estuvieron caracterizadas por contener un mensaje de amor y respeto por lo que significa ser afrodescendiente; sin embargo, luego de este proceso de afirmación respecto a mis raíces, también pude entender que aún tenemos una lucha larga por la reivindicación de nuestros derechos y donde especialmente los jóvenes estamos llamados a la acción, a tomar las riendas de nuestro presente para ser edificadores de un mejor futuro, pues citando a una de nuestras maestras de la EscuelAfro “Latinoamérica debe reconciliarse con su abuela africana”.

Soy consciente que mi generación no la tiene fácil, sobre todo en el actual contexto en el que nos encontramos a raíz de la pandemia por la propagación del COVID-19, donde las desigualdades históricas y estructurales preexistentes a las que mi pueblo ha estado subyugado se han visto no sólo más evidenciadas, sino y sobre todo intensificadas e incrementadas, porque desde nuestros Gobiernos no se han venido diseñando e implementando políticas públicas desde un enfoque interseccional, generando que en escenarios de crisis como éstos sean las poblaciones menos privilegiadas las que se lleven la peor parte. Pese a todo, soy optimista y tengo la plena convicción de que hoy en día, somos nosotros las juventudes afrodescendientes quienes estamos abrazando nuestra herencia afro y estamos tomando el legado de nuestros ancestros, como principal fuente de inspiración y motivación para transformar nuestras realidades. Tenemos el ímpetu, las ganas, el coraje, pero también nos estamos preparando para ello, pues pese a que existen brechas sociales, estamos luchando contra el sistema que muchas veces nos cierra puertas, pues desde nuestros espacios ya estamos y seguiremos trabajando porque nuestro corazón nos dice que sí es posible hacer de este un mundo justo y equitativo para nuestro pueblo afro.

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